14 de abril de 2013

Un actor

Siempre admiré a Alberto Olmedo, desde muy chica. No entendía bien por qué, pero su manera de actuar, me resultaba muy atractiva, me cautivaba; esa desfachatez y falta de solemnidad para con la actuación, como siempre en burla pero a la vez muy en serio, creo que era lo que de chica me atraía. Esto fue mucho antes de estudiar teatro,  cuando tenía 6 o 7 años, cuando todavía no sabía lo que era actuar, vivir de la actuación, tener una profesión, y bla bla bla.  Porque veíamos mucho su programa en casa; gracias que me lo dejaban ver, gracias.  El que más lo veía era mi papá, y yo me sentaba en el sillón con él, eso también me gustaba. Compartir con mi papá ese programa y verlo reír a carcajadas con cada sketch, reírme de los chistes y de la risa de mi papá .  Escucharlo, y no entender muy bien, cuando me decía: "Mirá, la banda presidencial dice SUS AMIGOS, eso es el símbolo máximo de la corrupción. Este tipo es un genio. Es un visionario, un revolucionario", cada vez que venía ese número en donde Olmedo era el presidente (dictador) de Costa Pobre, un país "bananero" (lleno de bananas...)  O cuando me explicaba por qué en lugar de responder con un "¡ya voy!" el mayordomo que interpretaba lo hacía diciendo "¡Savoy!", en esa escena extraordinaria de una mesa larguísima con Susana Romero sentada en una punta y el Facha Martel en la otra.  Savoy era la marca de vinos que los auspiciaba, y de esa manera hacía un chivo. A mí eso de chica, me causaba una gracia infinita.  Mucho después vendrían los primeros planos de bolsas de Carrefour en las ficciones de Suar, y también fue mucho después cuando finalmente entendí ese guiño, ese chiste, y me pareció de las mejores tonterías (y eso para mí es un halago inmenso)... porque además lo hacía mirando a cámara, riendo cómplice, cuando en ese momento yo no veía a nadie en la tele haciendo eso mientras actuaba.
Un día mi mejor amigahermana, Roxana, se había quedado a dormir en casa como tantas noches, y nos despertó mi mamá abriendo la puerta del cuarto con la noticia de que Olmedo se había muerto. "Se murió Olmedo. Se tiró de un balcón en Mar del Plata". Ocho años tenía yo.  Mi mamá nunca fue muy cuidadosa con las formas en que me daba este tipo de noticias, y esta no era la excepción.  Las imágenes que se sucedieron en mi cabeza de niña de ocho años fueron truculentas, ni falta hace que lo diga.  El morbo aumentaba cada vez que íbamos a Mar del Plata, que era bastante seguido, porque vivíamos a cuarenta kilómetros nada más, y pasábamos por el Maral 39 con el auto o caminando mientras mi papá señalaba mostrándonos, a mi hermano y a mí: "Acá fue, ven, desde ese balcón".  Las imágenes se ponían cada vez más precisas con tanto detalle.  El lugar de los hechos estaba ahí frente a mis ojos, y a unos cuantos kilómetros de mi casa.
Fui creciendo, y en los últimos años del colegio secundario me puse a estudiar teatro. Después decidí ver dónde podía estudiarlo como una carrera y probé entrar al conservatorio. Entré. Ya tenía 19 años, y también estaba estudiando Medicina. Durante un año hice las dos carreras, hasta que decidí que no iba a poder pasar seis años, o más, llorando sobre los huesos y los libros de anatomía y biología porque no lograba memorizar las inserciones de los músculos y demás... cosa que nunca me había pasado antes, en mi vida de abanderada.  Con el correr de los años, recuperé mi deseo inicial que me movía a querer ser médica, y todavía estoy en eso, viendo cómo le doy forma a este deseo de ayudar a sanar, y a sanarse.  Y por esas paradojas de la vida, hace cinco años que doy clases de teatro... en la Facultad de Medicina.
Hace poco tiempo, empecé a entrenar teatro con Ricardo Bartís.  En una de las primeras clases, Ricardo habló de Alberto Olmedo.  Toda la técnica que él nos estaba haciendo transitar, la manera de entender la actuación, se podía encontrar en la forma que actuaba Olmedo en sus sketchs:  la falta de solemnidad, pero no por eso de compromiso y de verosímil, estar en muchas cosas a la vez, los guiños, la opinión política, la crítica, el juego, el disfrute, el goce, el placer, el placer, el placer... Y en ese momento entendí por qué me resultaba tan atractivo ver su programa, sus personajes y sus actuaciones, y también me di cuenta que me había guardado secretamente esta admiración por este actor, porque ¿cómo iba a decir que admiraba a un cómico, casi un chanta, con una vida polémica?  Si me preguntaban por un referente, era mucho más políticamente correcto responder por alguno de aquellos actores "célebres" pero que en realidad no le mueven ni una fibra a nadie.  Qué tonta, pensé en ese momento.  Estos son los actores que valen la pena.  Claro que sí.  Y además una nena de 6 años no se puede equivocar tanto.
A mí Olmedo me hacía reír, me hacía llorar, me daba ternura, me daba asco, me daba miedo, lograba emocionarme, en todo ese amplio sentido de la palabra.  Me movía las emociones.  Y aún hoy lo sigo viendo y lo sigue haciendo.  Será por eso que los actores que logran hacerme reír, también logran hacerme llorar.  Porque no le imprimen solemnidad a las emociones, no se es menos serio por hacer reír.  Ese tipo de actores se burlan.  La actuación es un juego, es un rito, es casi chamánica.  Lo disfrutan y todos disfrutamos.  Menos mal que existen, porque "si la vamo a hacer la vamo a hacer bien".

Este relato es mi pequeño homenaje, agradecimiento, a un actor, a un artista, que atravesó mi vida y mis recuerdos, y nunca lo va a saber.

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