10 de septiembre de 2011

Cadáver exquisito

Sol de medianoche que te escondes

Las jirafas lograron llegar a aquel árbol

Adormecido, dormitando, detenido, palpitando

Y las bicicletas de los chicos tenían globos

Sondea mi calma por unos instantes

Entonces fue el momento de la revelación

Silencio temerosamente intenso

Y los hombres y las mujeres bailaban al sol

Atisbo de luz que penetran

Después todo fue silencio y humo

Sin miedo a esperar.



9 de septiembre 2011

Jugando a ser dadaístas...

26 de marzo de 2011

Eva la beba, y Adán el galán (una historia de amor primera)

Todo empezó la primera vez que se vieron. El primer día del primer mes del primer año que a Eva la llevaron a conocer el mar.
Le habían puesto un gorrito verde, porque se sabía que el sol estaba calentado cada vez más fuerte, sobre todo en verano, sobre todo en la playa. Y con su gorrito verde y su palita naranja haciendo garabatos en la arena, estaba Eva. Sentada a la orilla del mar, justo en ese lugar donde las olas descansan un ratito y vuelven mar adentro con las demás.
Y fue entonces cuando vio unos piecitos del tamaño de los suyos, que cada vez se acercaban más a su palita. Eran los pies de Adán. Lo supo después, cuando fue levantando la vista hasta el gorrito azul de Adán. Y lo supo y los llegaría a conocer tanto con el tiempo. A los pies y al gorrito azul.
Sin decir nada, su nuevo compañero se sentó justo al lado de Eva. Abrió su mano derecha y allí dentro había dos chupetines rojos. Sacudió con su otra mano algunos granitos de arena movedizos y le dio uno de los chupetines. Ese fue el primer regalo que Adán le hacía a Eva.
No se dijeron más que sus nombres, ya con el chupetín sin papel.
Y se quedaron ahí, en la orilla, con los piecitos moviendo los dedos, los cuatro piecitos iguales, esquivando las cosquillas del agua que iba y venía indecisa.
Y cada tanto les daba la risa. Y se reían.
Y pasaron los días, y las horas,
y la gente, y las olas,
y la luna y el sol... una y otra vez...
Y este es el principio de esta historia de amor primera.
De Eva la beba y Adán el galán. Eva y Adán que miran el mar.
Del primer día del primer mes del primer año de la primera vez que se vieron, justo a la orilla del mar.

Noviembre -2007-
del libro "Eva, la beba" (aún sin terminar...), dedicado a mi "sobrina" Eva Rabella.

23 de marzo de 2011

Andariego que se detiene

Una tarde estás volviendo de hacer unas compras y mientras pensás en lo que vas a cocinar con lo que compraste... te das cuenta de que ésta es tu vida. Tantos años planeando, imaginando, dibujando en la mente paisajes y personas, y de pronto te das cuenta de que es ésto. Es lo que está sucediendo justo en este momento. Caminando con tres bolsas en la mano, sin dejar de caminar, se te revela este descubrimiento. Y le decís:
"Bueno Señora Vida Mía, acá estoy, mucho gusto, vamos a empezar a ponernos al día y conocernos, ¿qué le parece?"
No le parece nada.
"Voy a empezar a despabilarme y a dejar de creer que usted está siempre un poco más allá ¿qué piensa?"
No piensa nada.
"Esto de la zanahoria delante del burro me parece una metáfora muy ilustradora ¿no? Nos mantiene siempre avanzando. Pero quizás a partir de hoy me han dado más ganas de quedarme un tiempo parado. No sé cuánto tiempo, pero me gustaría dejar de caminar un poco y descansar bastante. Quedarse en un lugar también tiene su aventura ¿qué opina?"
No opina nada.
"Nunca me han gustado las rutinas. Siempre le escapo con una habilidad impresionante. No tengo rutinas ni para los desayunos. O si las tengo, me duran muy poco, algo así como tres o cuatro días. Incluso al caminar hacia los mismos destinos elijo caminos diferentes, o varío los medios de transporte. Por supuesto que en este mundo en el que vivimos es muy difícil no sostener algunas rutinas. Creo que eso acrecienta aún más mi neurosis. Más de lo que ya es en sí misma. Pero en fin, a pesar de esto he decidido detenerme en un lugar. No sé de dónde brotó esta necesidad y este deseo, pero lo siento correcto en mi interior ¿no lo cree usted así?"
No cree nada.
"Bueno, así que como le vengo diciendo... aquí me detengo. Aquí siento que puedo hablar con usted de uno a uno. De hecho, es la primera vez que hablamos ¿se ha dado cuenta? Supongo que sí lo habrá notado. No sé cuánto tiempo estaré en este lugar, pero me sienta bien detenerme y ver hacia dónde sigue el camino. Como parte de cualquier viaje en la ruta. Uno necesita detenerse de cuando en cuando, para almorzar, para ir al baño, para estirar las piernas. Bueno, tomémoslo así. Ya vendrá el momento de subirme de nuevo al coche y seguir en la ruta ¿está bien?"
Silencio.
"Bien, voy a tomar eso como un sí. Encantado de conocerla Señora Vida Mía. Voy a hablarle con más frecuencia para contarle cómo marcha todo. Hasta pronto."
Y así, sin darte cuenta, empezás otra parte del viaje.
Hoy

Eloísa II

Ella te mira atenta mientras vos hablás sin parar. Te mira los labios, los ojos. Asiente. Cada tanto deja dibujar una sonrisa pequeña. Vos creés que está escuchando cada una de tus palabras, comprendiendo cada uno de tus pensamientos. Pero ella sólo te está viendo. Posa sus ojos en ese blanco que es tu cara, y su mente está lejos... otras cosas pasan por su cabeza al mismo tiempo que las tuyas entran por sus oídos como una radio encendida a lo lejos...
Ella está esperando que termines de hablar, te levantes y te vayas. Vos la ves mirarte, revolver el café, tomar el café, apoyar la taza de café. Seguís destejiendo esa madeja de palabras frente a ella. Cada diez o doce frases sentís que te gusta que ella te escuche, tener alguien que te escuche en silencio y que cada tanto te sonría. Y que no deje de mirarte. Pero ella sólo te está viendo. Sus propios pensamientos están más presentes que tu voz grave y constante.
Ella preferiría estar en tantos otros lugares. En cuanto termine el café, y termines de hablar no la vas a volver a ver nunca más. Como si se hubiera evaporado. No te va a escribir una carta. No te va a avisar. La vas a saludar hasta luego por última vez, sin saber que es la última.
Ella está ahí frente a vos, y ése es el recuerdo que vas a guardar, y que se va a ir borroneando, como hacen los recuerdos con el tiempo.
Ella está ahí frente a vos, y después no va a estar más. Vos no sabés. Vos seguís hablando.



Hoy

22 de marzo de 2011

Lloverme

Hace tres días con sus noches que no para de llover.
En el patio, una soga llena de ropa.  No voy a salir.  Es agua solamente, es mi ropa solamente, lavada por la lluvia...
Saber de vos me ha dejado en un estado completamente inmóvil. Mis ojos fijos en un punto en el techo, mis manos descansando sobre la mesa, mis piernas cruzadas y los pies marcando un ritmo constante, carente de toda musicalidad alegre.
Creo que han pasado ya tres horas de silencio acá adentro; bien podrían ser diez o cien, he perdido total noción del tiempo cronológico. Me he sumido en este cronos ilógico y flotante.
Si solamente fuera capaz de ser como esa nube que estoy viendo, que se deforma y se transforma a cada segundo en constante liviandad... pero no.  Toda entera me he transformado en algo tan rígido, que teme al más mínimo movimiento, como el que hacen mis pulmones al respirar.
Lo que hayamos sido juntos ya no existe, lo que seamos a futuro no me importa. Solamente puedo inmóvil contemplar cómo cambia todo. Y no entender absolutamente nada. No saber a dónde van las promesas y certezas de amores incondicionales, los besos apasionados, los deseos irrefrenables de fundirse en la piel del otro, las miradas que golpean el estómago (que ahora es de otro), a donde van?
Parpadeo. Me he movido. Lentamente extiendo la mano hacia la taza de café. La acerco a mi boca para beber. Está helado. Definitivamente no puedo afirmar con certeza cuánto tiempo real ha pasado.
Saber de vos me ha sumido en esta abulia, en este café helado, en esta casa en silencio muerto.
Hace tres días y sus noches que no para de llover. Y tengo el presentimiento de que nunca va a parar.
Poco me importa, casi no oigo el agua que cae.
Saber de vos me ha sumido en esta sordera, en este entumecimiento, en estos ojos fijos en el techo.
Parpadeo. Me he movido. Señal de que vivo todavía.
Suena el teléfono. Sigue sonando. El timbre que retumba en estas paredes mudas. Voy a esperar. Que suene. Todas las veces que sea necesario.
Saber de vos me ha sumido en esta quietud, en este terremoto interno en un cuerpo muerto.
Voy a esperar.
Parpadeo. Aún sigo viva, lo compruebo nuevamente. Hay ese mínimo movimiento.
Así me voy a quedar.
Hasta que cese la lluvia. Hasta que me desvanezca y nadie sepa qué ha sido de mí, de mi alma, de mis cabellos, de mi rostro, de cada fragmento de mi cuerpo. Que si no los quieres, no los quiera nadie.
No existe el tiempo en los relojes de mi casa ya. No oigo ese tic tac de sus agujas.
Así me voy a quedar.
Hasta que yo sea esta misma lluvia que lloverá durante trescientos días y sus noches.



2007

Mismarrisa

Si mi cuerpo se hizo más grande,
me lo contaron los espejos
me lo contaron los zapatos,
los guardapolvos, las camisas y camisones.
Me enteré por la cantidad de libros
que son más que antes, no sé si más largos.
Me lo susurraron los besos que me dieron,
los que me robaron, los que compartí.
Me lo gritaron las cuentas por pagar,
las cosas que compré sin necesitar,
la heladera un poco vacía,
y más fuerte todavía,
las desilusiones, las veces que me mintieron,
que me dejaron y que dejé.
Si mi cuerpo se hizo más grande
me lo dijeron las decisiones que pude tomar,
las elecciones de las que pude y tuve que hacerme cargo.
Me lo contaron los viajes que pude hacer,
las camas que me hicieron descansar,
las camas que no me dejaron dormir,
los amores que me soñaban al oído.
Me lo hicieron ver los llantos profundos,
los llantos inútiles,
los que llegaban al pecho.
Y sobre todo,
las risas.
La risa, la mía,
la mía con otros,
la que se escucha fuerte.
Me lo contó, me lo dijo,
porque sigue siendo la misma de antes.
La misma de cuando los espejos me contaban
que mi cuerpo era pequeño.
La misma que hace que siga buscando,
sorprendiéndome, aprendiendo, creyendo,
amando, jugando, andando.
La misma en mi cuerpo más grande que antes.



2007

Pero la espera

La espera.
La ansiosa. El cigarrillo. El tiempo detenido. El tiempo realentado.
El cigarrillo.
La espera.
La trágica. La desesperada. El reloj de pared. El reloj de pulsera.
Las manos inquietas. Las preguntas.
La espera.
La inmóvil. La inútil. La feliz. La en vano. La absurda. La obvia.
La espera.
La luz que se prende. La luz que se apaga. La llave que cierra. La llave que abre.
El cigarrillo.
El reloj otra vez. El reloj. La aguja del reloj.
La espera.
La eterna. La muerta. La intranquila. La estúpida. La oscura.
La espera.
El tiempo.
Lo espera.
Lo espera.


2007

Fotos



Hay algo que me impresiona mucho cuando encuentro fotos viejas, de la infancia. Es el no reconocerme en ese cuerpito pequeño. Un cuerpo, por ejemplo, envuelto en una toalla de colores en la arena de Mar del Plata. Mirar esos ojos enormes y azules y saber que son mis mismos ojos, ahora verdes...
Soy la misma y no. Todo a la vez.
El paso del tiempo que se hace obvio y tangible en un papel de fotografía. Un momento congelado y tan vivo para siempre.
Un papel que me recuerda que ésa fui yo en algún momento, hace tanta vida.
Evidencias de una vida. De un pasado que construyó este hoy, que se guarda en algún rincón del cuerpo, que se voló a alguna parte en algún fragmento de su historia.
Evidencias de una vida... de una vida que sigue pasando.

Colorín colorado

Había una vez...
y el cuento empieza.
Y es un cuento,
y es una historia.

Había una vez...
y el cuento cuenta
que hay música,
y que hay risa.

Había una vez...
y el cuento vuela.
Y se abre la ventana,
y colorín de colores.

Había una vez...
y el cuento llega.
Y no nos importa
si un día se acaba.

Había una vez...
y el cuento es ella,
y el cuento es él,
y hay dibujitos.

Había una vez...
y el cuento enhebra
piolines de globos
y chupetines rojos.

Había una vez...
un cuento feliz.
Y colorín colorado,
el cuento recién ha empezado.



Septiembre de 2007

Sin puntuar

qué momento frágil cuando el humo se disipa y el otro aparece y me muestra como en un espejo todos mis miedos y todas mis dudas y entonces soy yo misma en ese abrazo que nos funde es lo mismo....
y del miedo que te das cuenta que sentís con un abrazo con una mirada profunda que no habla pero que intenta decir algo y aunque no sepas qué, te da miedo...
y ese día todo tiene otra forma otro color otro sentido otra voz otra vibración porque no son los demás sos vos mismo y tu propio infierno y tu propio miedo que se hace tan real que se hace tan obvio que se hace tan fácil...
y entonces todo se revela diferente porque todo depende de tu mirada del mundo...
y de todo lo que podés llegar a sentir y no sabías que podías y no sabías que sentías y no sabías cuánto miedo tenías y eras vos y no los otros y todo entonces estaba adentro tuyo...
y te reís del miedo y te reís...
qué fácil era todo lo que parecía tan denso y tan oscuro y tanto ahora se hace liviano porque vos flotás...
y aunque el humo te consuma, el agua te salva y te hace nadar...


- escribí ésto dentro de un dibujo. un dibujo con firuletes que hice en un cuaderno - 2007

Inventan verdades

Le dijeron que si tragaba semillas, le iba a crecer una planta en la panza.

-Qué bueno, entonces podré tener mi propio y secreto jardín, con las flores que yo elija - pensó.

Le dijeron que comer mucha azúcar le iba a traer hormigas a la panza.

- Qué lindo, me gustan las cosquillas - pensó.

Pero entonces, muy triste se quedó.

Las hormiguitas se comieron todas las flores de su jardín.

Igual, nadie se enteró.

Los que dicen esas cosas, no saben que son de verdad.



2007

15 de marzo de 2011

Eloísa III. Miedo de día.

Ocho menos cuarto. Se escurrió lentamente entre las sábanas, desenrollándose para apoyar los pies en el suelo. El espejo le devolvió su imagen de cuerpo desnudo, amado y descansado. Sin moverse y sin mirar deslizó su mano hasta llegar a tocar la espalda que dormía en su cama. Tan suave, tan en sueños.
Las ocho. La ducha. El agua que hacía larguísimos y lacios sus cabellos. Elegir la ropa y cubrir su desnudez (con lo que te gusta quedarte así, Eloísa...). Una mirada más a esa espalda, a ese mechón sobre la nuca, a todo ese cuerpo vulnerable que no quería despertar, que quería seguir viendo así. Le subió todo el amor a los ojos y al estómago.
Ocho y veinte. Hacer el café y untar pan. Desayuno en silencio. Cigarrillo. Se consume en su boca, lo exprime contra la cerámica del cenicero, toma las llaves, la misma cartera de ayer y sale a nadar a la calle que la recibe histérica, que la golpea amanecida de gente yendo a llegar a horario.
Ocho y cuarenta. El subte. El vagón del subte. El interior del vagón del subte. La peor hora en el interior del vagón del subte. La cercanía de rostros, olores, objetos, cabellos y manos, llevada al paroxismo. "La proxemia", murmura Eloísa. Esa palabra que había aprendido de un profesor y que recordaba cada vez que viajaba en un subte lleno. Porque allí se hace extrema, decía el profesor, el mínimo roce es percibido y atacado. Todos nuestros sentidos se alertan. "La proxemia", murmura...
Y entonces la espalda suave, y ese mechón negro y ese cuerpo en reposo, vulnerable, que la había rebalsado de amor, que la había hecho vivir el vértigo en el estómago al contemplarlo hacía casi una hora. Venían las imágenes a su mente y las sensaciones a su cuerpo, más allá de su voluntad.
Todavía faltaban cinco minutos más de viaje cuando Eloísa deseó con todo su ser volver a ser niña un instante, solamente para sentir miedo de un monstruo abajo de su cama, de una silueta de un hombre con capucha que se inventa nuestra mente en la oscuridad del ropero mal cerrado, de subir a un árbol y no poder bajar, de nadar en lo hondo de una pileta, de dormir cno la luz apagada, de soñar cosas feas, de una bruja en un cuento de hadas, de aquellas cosas a las que se podía poner un nombre.
Ser niña un instante para que no aparezca este miedo que nuna había sentido, porque antes nunca se había inundado de amor al contemplar el cuerpo dormido de nadie sobre su cama.
Ser niña un instante para no sentir este miedo abstracto, innombrable, adulto, a plena luz del día.


- algún mes hacia fines del 2007 -